miércoles, 21 de noviembre de 2007

Resumen Lectura 3

Manuel Scristán: "¿Qué es una concepción del mundo?".

Una concepción del mundo no es un saber, no es conocimiento en el sentido de la ciencia positiva, sino que es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, a veces sin que se formule de modo explícito. Esta es una situación frecuente, y supone el ver casi como hechos de la naturaleza particularidades de las relaciones entre hombres, ya que buena parte de la consciencia de la vida cotidiana puede interpretarse en términos de principios o creencias muchas veces implícitas en el sujeto que obra o reacciona.

Frecuentemente esos principios están explícitos en la cultura de la sociedad en que vive, que contiene un conjunto de afirmaciones acerca de la naturaleza del mundo físico y de la vida. La parte contemplativa de la concepción del mundo está íntimamente relacionada con la parte práctica, con el código o sistema de juicios de valor, a través de cuestiones como la del sentido de la vida humana y de la muerte, la existencia o inexistencia de un principio ideal o espiritual que sea causa del mundo.

La existencia de una formulación explícita de la concepción del mundo en la cultura de una sociedad no permite averiguar fácilmente cuál es la concepción del mundo realmente activa de esa sociedad, pues el carácter de sobreestructura que tiene la concepción del mundo no consiste en ser un mecánico reflejo de la realidad social y natural vivida. Aclarar el papel de la concepción del mundo respecto del conocimiento científico-positivo es imprescindible para una plena comprensión de las formaciones culturales. Para el estudio de las relaciones entre concepción del mundo y ciencia positiva basta con atender a los aspectos formales de ambas.

Las concepciones del mundo suelen presentar puntas muy concentradas y conscientes en forma de sistema filosófico. Esta segunda forma fue muy característica hasta el siglo XIX, pero la filosofía sistemática se vio arrebatar un campo temático tras otro por las ciencias positivas, y acabó intentando salvar su sustantividad en un repertorio de supuestas verdades superiores a las de la ciencia. En los casos más ambiciosos la filosofía sistemática presenta la pretensión de dar de sí por razonamiento el contenido de las ciencias positivas. La concepción del mundo quiere ser un saber, conocimiento real del mundo, con la misma positividad que el de la ciencia.

Esta comprensión puede considerarse fracasada a mediados del siglo XIX, con la disgregación del sistema filosófico de Hegel. Las causas del fracaso son varias: la constitución del conocimiento científico positivo durante la Edad Moderna, caracterizado por su capacidad de posibilitar previsiones exactas, aunque sea a costa de construir y manejar conceptos artificiales. La intersubjetividad del conocimiento supone que todas las personas adecuadamente preparadas entienden su formulación del mismo modo. La tesis de la vieja filosofía sistemática, de los dogmas religiosos y de las concepciones del mundo carecen de esos rasgos, y como éstos dan al hombre una seguridad y un rendimiento considerables, el conocimiento que los posee (científico-positivo) va destronando la filosofía sistemática tradicional.

El que las concepciones del mundo carezcan de esos 2 rasgos del conocimiento positivo es necesario, ya que contienen afirmaciones sobre cuestiones no resolubles por los métodos decisorios del conocimiento positivo, que son la verificación o falsación empíricas y la argumentación analítica (deductiva o inductivo-probabilitaria).

Estos rasgos permiten plantear correctamente la cuestión de las relaciones entre concepción del mundo y conocimiento científico-positivo. Una concepción del mundo que tome a la ciencia como único cuerpo de conocimiento real se encuentra visiblemente por delante y por detrás de la investigación positiva. Esto vale independientemente de que la ideología dominante en la sociedad haga profesar al científico. El carácter inspirador está a lo largo de la investigación, en combinación con las necesidades internas, dialéctico-formales de ésta.

La “concepción materialista y dialéctica del mundo” está movida por la aspiración a terminar con la obnubilación de la consciencia, con la presencia en la conducta humana de factores no reconocidos o idealizados, por lo que se deduce que es una concepción del mundo explícita. La liberación de la consciencia presupone la liberación de la práctica. Además, la concepción marxista del mundo no puede considerar sus elementos explícitos como un sistema de saber superior al positivo. El nuevo materialismo no es una filosofía, sino una concepción del mundo, que tiene que sostenerse y actuarse no en una sustantiva ciencia, sino en las ciencias reales. En él queda superada la filosofía, es decir, superada cuanto preservada.

Esta concisa y expresiva formulación de Engels supone la concepción de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la reflexión sobre su marcha y sus resultados. Para esta concepción no hay conocimiento por encima del positivo, puesto que su punto de partida y de llegada es la “ciencia real”, esa concepción del mundo no puede querer más que explicitar la motivación de la ciencia misma. Esta motivación es el “inmanentismo”, el principio de que la explicación de los fenómenos debe buscarse en otros fenómenos, en el mundo, y no en instancias ajenas o superiores a éste. Este principio está en la base del hacer científico, que perdería sentido si tuviera que admitir la acción de causas no naturales.

En este postulado de inmanentismo, definidor de la posibilidad del conocimiento científico, se basa la concepción marxista del mundo. El materialismo es lo primero en el marxismo incluso históricamente, pero el materialismo es uno de los dos principios fundamentales de lo que Engels llama “concepción comunista del mundo”. El otro es el principio de la dialéctica, inspirado en las limitaciones del hacer científico-positivo.

La ciencia positiva realiza el principio del materialismo a través de una metodología analítico-reductiva. La eliminación de factores irracionales en la explicación del mundo procede a través de una reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos y más homogéneos cualitativamente, con tendencia a una reducción tan extrema que el aspecto cualitativo pierde relevancia. El análisis reductivo de la ciencia tiende a obviar conceptos con contenido cualitativo, para limitarse al manejo de relaciones cuantitativas o al menos, vacías, formales. Lo que interesaba al análisis reductivo del fenómeno era la consecución de un número que midiera la fuerza en cuestión. El análisis reductivo practicado por la ciencia tiene regularmente éxito, descomponible en 2 aspectos: la redución de fenómenos complejos a nociones más elementales, homogéneas y desprovistas de connotaciones cualitativas, que permite penetrar muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de preguntas muy exactas. Por otra parte, el análisis reductivo posibilita a la larga la información de conceptos más adecuados.

Precisamente porque se basan en un análisis reductivo que prescinde de la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados y reducidos, los conceptos de la ciencia en sentido estricto son invariablemente conceptos generales cuyo lugar está en enunciados no menos generales, “leyes”. Con ese conocimiento se pierde una parte de lo concreto; la parte decisiva para la individualización de los objetos.

Los “todos” concretos y complejos no aparecen en el universo del discurso de la ciencia positiva, los elementos de confianza para una comprensión racional de los mismos. Lo que no suministra es su totalidad, su consistencia concreta. El campo o ámbito de relevancia del pensamiento dialéctico es precisamente el de las totalidades concretas de Hegel.

La concepción del mundo tiene que dar de sí una determinada comprensión de las totalidades concretas. La tarea de una dialéctica materialista consiste en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo, como resultado nuevo de la estructuración de éstos en la formación individual o concreta, en los “todos naturales”. La palabra “análisis” no tiene aquí el mismo sentido que en la ciencia positiva. El análisis marxista se propone entender la individual situación concreta sin postular más componentes de la misma que los resultantes de la abstracción y el análisis reductivo científicos.

Parece quedar claro cuál es el nivel o el universo del discurso en el cual tiene sentido hablar de análisis dialéctico: es al nivel de la comprensión de concreciones o totalidades, no al del análisis reductivo de la ciencia positiva. Concreciones o totalidades son ante todo los individuos vivientes, y las particulares formaciones históricas, las “situaciones concretas”, los presentes históricos localmente delimitados. El universo como totalidad no puede pensarse sino dialécticamente, sobre la base de los resultados de dicho análisis.

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